Mitología china, novelas, clásicos literarios

Episodio 118. El huerto de melones

Sun Wukong se elevó por los aires y no descendió de su nube, hasta que no vio al monstruo y a sus seguidores cerrar las puertas de su palacio.

Descendió después sobre la ladera occidental de la montaña.

Cuando más desesperados eran sus lamentos, vio aparecer por el sudoeste una nube multicolor, que descendió a la Tierra en forma de una lluvia torrencial que anegó toda la montaña. Casi inmediatamente se oyó una voz que decía:

“¿No me reconoces, Wukong?”

Wukong se echó en seguida rostro en tierra y empezó a golpear el suelo con la frente, diciendo, respetuoso:

“¿Hacia dónde se dirige el Gran Patriarca Budista del Viaje Oriental? ¡Merezco diez mil veces la muerte, por haber osado cortaros el camino!”

El Buda Maitreya vino a ayudar a Wukong - Viaje al Oeste
El Buda Maitreya vino a ayudar a Wukong

“He venido por ese monstruo del Pequeño Monasterio del Trueno.” contestó Maitreya.

Respondió Wukong:

“Jamás podré agradeceros tanta delicadeza. ¿Sería mucho preguntaros de dónde procede esa bestia y qué clase de arma es ese trozo de tela que maneja con tanta maestría? Os suplico que no echéis en saco roto mis deseos.”

Explicó el patriarca:

“Da la casualidad de que ese monstruo no es otro que el joven de cejas amarillas encargado de hacer sonar las tablillas en mi presencia. El día tres del tercer mes hube de asistir a la Fiesta de los Primeros Orígenes y le dejé al cargo de mi palacio. El muy desalmado aprovechó la ocasión para robarme algunos de mis tesoros y conseguir cierta prominencia espiritual, haciéndose pasar por Buda.”

Replicó el Rey Mono:

“¿Cómo pudisteis dejar escapar a ese muchacho y permitirle que se arrogara el nombre del Patriarca Budista para confusión de tantos creyentes, entre los que me encuentro yo mismo? ¿No creéis que se os debería acusar de no saber dirigir vuestros propios asuntos?”

Reconoció Maitreya:

“Por supuesto que sí. Pero era preciso que tanto tu maestro y hermanos como tú pasarais por esta nueva prueba para alcanzar una mayor perfección. Eso explica que os estén asediando de continuo los monstruos, transformando en méritos los sufrimientos que os hacen padecer. Para ayudaros a conseguir uno más, he venido yo aquí.”

Wukong objetó:

“Pero ese Monstruo de las Cejas Amarillas posee poderes francamente extraordinarios.¿Cómo vais a dominarle, si vos no sois un hombre de armas?”

Contestó Maitreya, sonriendo:

“Voy a construir en esta misma ladera una choza de ramas con su correspondiente huerto de melones. Mientras tanto, tú vete a luchar contra él. No te emplees a fondo. Limítate a atraerle hasta el huerto. Todos los melones estarán verdes menos uno, grande y bien madurito, que serás, en realidad, tú. Estoy seguro de que, en cuanto te vea, querrá saciar su sed contigo y yo, por supuesto, no pondré ningún reparo a sus deseos. Cuando te halles en el interior de su estómago, puedes hacer con él lo que te dé la gana. Yo aprovecharé la ocasión para quitarle la tira de tela y atraparle de la misma forma que ha hecho él con tu maestro y los demás.”

Reconoció Wukong:

“El plan es, francamente, espléndido. Pero ¿qué sucederá, si me atrapa con su tela? No habrá magia, entonces, capaz de traerle hasta aquí.”

“Estira la mano” le ordenó Maitreya, sonriendo.

Wukong extendió en seguida su mano izquierda. Maitreya escribió sobre su palma la palabra: Contención.

Concluyó sin dejar de sonreír:

“Caso de que el monstruo se resista a seguirte, abre la mano y muéstrale lo que hay escrito en ella. Ten la seguridad de que te obedecerá, como si fuera un niño.”

Wukong cerró el puño y, agarrando la barra de los extremos de oro, se dirigió hacia la puerta del monasterio, donde gritó con potente voz:

“¡Monstruo despreciable, aquí está otra vez el Sabio Sun! ¡Sal inmediatamente y decidamos, de una vez, quién es el más fuerte!”

Los diablillos que guardaban la puerta corrieron a informar a su señor de su llegada.

“¿Cuántos guerreros ha traído consigo en esta ocasión?” preguntó el Monstruo de las Cejas Amarillas.

“A ninguno. Ha venido él solo.” respondió uno de los diablillos.

Comentó el monstruo, soltando la carcajada:

“A ese mono se le han acabado las ideas y no le queda ya ni una pizca de fuerza en el cuerpo. No tiene ningún lugar al que acudir en busca de ayuda. Por eso, ha decidido arriesgar su vida de una vez por todas.”

Tras ponerse la armadura, cogió su tela mágica y se dirigió hacia la puerta, blandiendo, arrogante, la maza de los dientes de lobo.

Gritó con voz potente:

“¡No puedes seguir luchando, Sun Wukong! ¿No comprendes que tus fuerzas han llegado ya al límite?”

“¿Qué quieres decir con eso, bestia maldita?” replicó el Rey Mono.

Respondió el Monstruo de las Cejas Amarillas, despectivo:

“Que no tienes adónde acudir y que has gastado en balde toda tu energía. Se nota que estás tan desesperado, que has decidido jugártelo todo a una sola carta. La prueba está en que esta vez no te acompaña ni un solo guerrero. Eso es lo que quiero decir, cuando afirmo que no puedes seguir luchando.”

Exclamó el Rey Mono, burlón:

“Está visto que no sabes distinguir el bien del mal. ¡Deja de proferir bravuconadas y prepárate a probar el sabor de mi barra!”

Al ver que la blandía con una sola mano, el monstruo no pudo por menos de gritar, soltando la carcajada:

“¡Estás mal de la cabeza, mono pulgoso! ¿Quieres explicarme por qué vas a pelear nada más con una mano?”

Repitió el Rey Mono, riéndose:

“¿Cómo que por qué? La cosa está clara. Porque me sobra y me basta para acabar contigo. Te aseguro que, si no usaras tu maldita tela, te derrotaría en un abrir y cerrar de ojos. Y no sólo a ti, sino a cinco o seis como tú.”

Concluyó el Monstruo de las Cejas Amarillas:

“Está bien. Te prometo que esta vez no recurriré a mi tesoro. Veremos quién es el más fuerte.”

Se lanzó a la batalla, blandiendo su terrible maza de los dientes de lobo.

Wukong no perdió el tiempo. Volvió hacia el monstruo el puño que escondía la palabra mágica y lo abrió delante de sus mismas narices.

El falso Buda cayó inmediatamente presa del embrujo. Pareció como si su única obsesión fuera golpear a su adversario con la maza, olvidando por completo el tejido mágico o la vuelta al monasterio.

El monstruo de las Cejas Amarillas le persiguiendo a Wukong, el Rey Mono - Viaje al Oeste
El monstruo de las Cejas Amarillas le persiguiendo a Wukong, el Rey Mono

El monstruo le persiguió sin ninguna compasión hasta la ladera oeste de la montaña.

Wukong no tardó en fijarse en el huerto de melones. Sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia él y se metamorfoseó en un espléndido melón, dulce y totalmente maduro.

El Monstruo de las Cejas Amarillas se quedó desconcertado, mirando hacia todas partes, pero no supo decir qué había sido de su oponente. En dos zancadas se llegó hasta la caseta de ramas y preguntó, autoritario:

“¿Quién ha plantado aquí estos melones?”

“Yo, gran señor.” respondió Maitreya, haciéndose pasar por un hortelano y saliendo a darle la bienvenida.

“¿Están ya maduros?” volvió a preguntar el monstruo.

“Algunos sí” contestó Maitreya.

“En ese caso, cógeme uno, para que pueda aliviar la sed.” concluyó el monstruo en el mismo tono que antes.

Maitreya le ofreció en seguida el melón en el que se había metamorfoseado el Rey Mono.

Sin mirarlo siquiera, el monstruo empezó a comerlo con la fruición propia de un animal.

Rey Mono se metamorfoseaba en un melón - Viaje al Oeste
Rey Mono se metamorfoseaba en un melón

El Rey Mono se coló por su garganta y empezó a doblarle las costillas. No contento con eso, le dobló el estómago, tiró de sus intestinos e hizo con ellos toda clase de diabluras. El dolor era tan intenso, que el monstruo no dejaba de apretar los dientes ni de hacer cosas extrañas con la boca, mientras las lágrimas fluían, copiosas, de sus ojos. Se dejó caer al suelo, revolcándose por la tierra con tal desesperación, que el huerto de melones quedó reducido en seguida a pura pulpa.

“¡Esto es el fin! ¿Es que nadie va a librarme de este tormento?” gritó, desalentada, la bestia.

“¡Maldito monstruo! ¿Te acuerdas de mí?” gritó Maitreya, recobrando la forma que le era habitual.

La bestia levantó la cabeza y, al ver de quién se trataba, corrió hacia él y se hincó de hinojos con las manos firmemente apretadas contra el estómago.

Suplicó, al tiempo que golpeaba el suelo con la frente:

“¡Perdonadme la vida, señor! ¡Os prometo que no volveré a hacer el mal!”

Maitreya estiró el brazo y le quitó la bolsa y el martillito. En cuanto los tuvo en su poder, dijo, levantando la voz:

“Deja de atormentarle, Sun Wukong.”

El Rey Mono estaba tan furioso, que no prestó oídos a sus palabras y continuó lanzando puñetazos a derecha e izquierda y arañando, como si fuera una bestia, las entrañas de su víctima. El dolor era tan insoportable, que el monstruo se dejó caer al suelo cuan largo era.

“¡Ya es suficiente, Wukong! ¡Déjale en paz, de una vez!” volvió a gritar Maitreya.

Sólo entonces se avino el Rey Mono a sus deseos, diciendo a regañadientes:

“¡Abre la boca y déjame salir!”

El Monstruo de las Cejas Amarillas hizo lo que se le ordenaba. El Rey Mono abandonó sin ninguna dificultad el vientre de la bestia y recobró la forma que le era habitual.

El Rey Mono, en seguida, trató de acabar con el monstruo, pero Maitreya le había enrollado ya en el saco y se lo había colgado de la cintura.

En cuanto hubo concluido su misión, se despidió de Sun Wukong y regresó en una nube al reino de la felicidad suprema.

Wukong corrió, entonces, a desatar al monje Tang, a Bajie y al Bonzo Sha.

Cogiendo su rastrillo, Bajie se dirigió a la parte posterior del monasterio, acompañando a Wukong. Tras reducir a añicos la puerta de la mazmorra, liberó a todos los prisioneros, que regresaron, gozosos, al salón principal.

Tripitaka se había puesto su espléndida túnica de los bordados y se fue inclinando respetuosamente ante cada uno de ellos, en prueba de agradecimiento y sumisión.

Antes de lanzarse a los caminos, prendieron fuego a aquel falso monasterio y no pasó mucho tiempo sin que quedaran reducidos a cenizas sus valiosísimos tronos, sus torres cubiertas de joyas, sus espléndidos salones y sus altas torretas.

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