Al ver la facilidad con la que Bajie caía en las garras del monstruo, el Rey Mono no pudo por menos de pensar:
“Esa bestia es, realmente, extraordinaria. Debería poner al maestro al tanto de cuanto ha ocurrido, pero me temo que el rey se burle de mí. Lo mejor será que me enfrente de nuevo a ese monstruo. Desgraciadamente no tengo un ayudante, y en el agua no me defiendo tan bien como aquí fuera. Tendré que tratar de averiguar qué ha sido de Bajie. Tengo que liberarle para poder seguir adelante con este enojoso asunto.”
No había acabado de decirlo, cuando hizo un gesto mágico y al punto se convirtió en un cangrejo. De esa forma, no tuvo reparo en lanzarse a las aguas. No tardó en llegar a la puerta del palacio.
El Rey Dragón estaba bebiendo despreocupadamente con el insecto de las nueve cabezas y otros miembros de su familia. Wukong no se atrevió a acercarse a ellos. Enfiló uno de los pasillos y no tardó en encontrarse con un grupo de gambas y cangrejos, que también estaban celebrando la victoria. Uniéndose al jolgorio, preguntó, como quien no quiere la cosa:
“¿Ha muerto ya ese monje con el morro alargado que ha capturado el yerno de nuestro señor?”
“No, no. Aún no” respondió uno de los espíritus.
“Está atado en el pasillo que mira al oeste. ¿No oyes sus gritos?”
Wukong se arrastró hasta el lugar que le habían indicado, donde, en efecto, vio a Bajie atado a una columna. Acercándose a él, le preguntó, muy bajito:
“¿Sabes quién soy, Bajie?”
Reconociendo en seguida la voz del Rey Mono, Bajie contestó:
“¿Qué podemos hacer? En vez de capturar a esa bestia, me ha atrapado ella a mí.”
El Rey Mono miró a su alrededor y, al no ver a nadie, le desató a toda prisa con sus pinzas.
Dijo Bajie:
“Primero ocúltate en la orilla del lago y prepárate para emboscar. Iré al fondo del lago y simularé atacarlos, luego los atraeré a la superficie, y entonces aprovecharás la oportunidad para atacarles por sorpresa.”
Cuando el Rey Mono le aconsejó que no se expusiera demasiado, Bajie añadió:
“No te preocupes por mí. Sé defenderme bien en el agua.”
Más tranquilo, Sun Wukong abandonó el palacio y se dirigió nadando hacia la orilla.
Tras estirarse la túnica de algodón negro y agarrar con las dos manos su preciado rastrillo, Bajie dio un grito y se metió en el palacio, dando mandobles a diestro y siniestro. Los seres acuáticos que hacían la guardia entraron en tropel en el salón principal e informaron a su señor de lo ocurrido, diciendo:
“¡Qué gran desgracia se ha abatido sobre nosotros! Ese monje del morro estirado se ha librado de las cuerdas que le ataban y se ha vuelto contra nosotros.”
Sólo entonces se atrevió el Rey Dragón a iniciar el contraataque, al frente de sus hijos y nietos, blandiendo su terrible arsenal de cimitarras y lanzas. Al ver que la suerte se volvía en su contra, Bajie se dio media vuelta y huyó a toda prisa, perseguido por los soldados acuáticos. Todos ellos eran excelentes nadadores y no tardaron en alcanzar la superficie del lago, precedidos por un aluvión de burbujas, que alertaron inmediatamente al Rey Mono. Al ver aparecer a Bajie, seguido tan de cerca por sus perseguidores, montó en una nube y empezó a golpear las aguas, al tiempo que gritaba, enardecido:
“¡No huyáis, cobardes!”
Un solo golpe alcanzó de lleno la cabeza del Rey Dragón, que quedó reducida a una masa informe de carne y huesos rotos. La sangre salpicó hasta el último rincón del lago, tiñéndolo completamente de rojo. Sus hijos y nietos sintieron cómo las fuerzas los abandonaban y huyeron, despavoridos. Únicamente su yerno, Nueve Cabezas, tuvo la suficiente prestancia de ánimo para recoger el cadáver y regresar con él al palacio.
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