Episodio 100. Un macaco de seis oídos

Los dos Wukongs se dirigieron hacia el Paraíso Occidental, luchando como si fueran encarnizados enemigos.

No tardaron en avistar el Monasterio del Trueno, que se elevaba, majestuoso, en la Montaña del Espíritu del Paraíso Occidental. En aquel mismo momento los Cuatro Grandes Bodhisattvas, los Ochos Grandes Reyes Diamantinos, los Quinientos Arhats, los Tres Mil Protectores de la Fe, los monjes y monjas mendicantes, los upasakas y los upasikas se hallaban reunidos junto al trono de loto de las siete piedras preciosas, con el fin de escuchar las enseñanzas de Tathagata.

Agradecido, Tathagata dijo con un cierto deje de satisfacción:

“Todos vosotros poseéis una sola mente. Contemplad a qué lamentable situación puede conducir el hecho de poseer dos.”

Todos los presentes levantaron la cabeza y vieron a los dos Reyes Monos enzarzados en una escalofriante batalla, al tiempo que posaban sus pies en las sagradas tierras del Trueno. Los Ocho Reyes Diamantinos experimentaron tal indignación que trataron de impedirles la entrada, diciendo:

“¿Se puede saber adónde vais?”

Un Wukong respondió:

“Un monstruo se ha adueñado de mi personalidad y deseo que Tathagata determine qué es lo que nos distingue.”

Todos los presentes oyeron, asombrados, cómo los dos Wukongs pronunciaban las mismas palabras al mismo tiempo y con el mismo tono de voz, sin poder distinguir al auténtico del falso.

Únicamente Tathagata poseía el poder de discernirlos. Abrió la boca para emitir su juicio, pero en ese mismo momento surgió, procedente del sur, una nube de color rosáceo que traía a la Bodhisattva Guanyin. Se inclinó respetuosamente ante Buda con las palmas de las manos unidas, pero, antes de que pudiera decir algo, le preguntó el propio Tathagata:

“¿Podéis distinguir al auténtico Wukong del falso?”

Respondió la Bodhisattva:

“Hace unos días, acudieron a mí con ese mismo dilema, pero fui incapaz de determinar qué era lo que distinguía a uno del otro.”

Tathagata explicó:

“Existen cinco clases de inmortales en el universo. Hay, así mismo, cinco clases de seres. Este impostor no pertenece a ninguna de ellas. Ello se explica porque existen cuatro tipos de simios que no caen dentro de las categorías que acabo de mencionar.”

Preguntó la Bodhisattva:

“¿Podríais explicarme cuáles son esos tipos de simios a los que os referís?”

Tathagata añadió:

“Al primero pertenece el mono de piedra. Al segundo pertenece el mandril de nalgas rojizas. Al tercero pertenece el gibón. A la cuarta pertenece el macaco de seis oídos. Estos cuatro tipos de monos no están contenidos en las diez clases de seres. Bajo mi punto de vista ese falso Sun Wukong por fuerza tiene que ser un macaco con seis oídos, pues es capaz de conocer lo que está ocurriendo a diez mil kilómetros de distancia y escuchar con toda claridad lo que se dice en un lugar más apartado incluso que ése. Por eso me he referido a él como un ser tan exquisito en sus apreciaciones que puede comprender los principios fundamentales, conocer el pasado y el futuro y penetrar en el misterio de todo cuanto existe. Debe concluirse, pues, que ese simio con el mismo cuerpo y la misma voz que Wukong es un macaco de seis oídos.”

El falso Wukong está rodeado - Viaje al Oeste
El falso Wukong está rodeado

Al escuchar de labios de Tathagata tan acertado veredicto, el macaco comenzó a temblar de miedo. Dio, después, un salto tremendo y trató de huir por los aires, pero Tathagata ordenó a los Cuatro Bodhisattvas, a los Ocho Reyes Diamantinos, a los Quinientos Arhats, a los Tres Mil Protectores de la Fe, a los monjes y monjas mendicantes, a los upasakas, a los upasikas, a Guanyin y a Moksa que le rodearan y no le dejaran escapar.

Sun Wukong quiso unirse también a la caza, pero se lo impidió Tathagata, diciendo:

“No te muevas de donde estás, Wukong. Ya me encargaré yo de capturarle.”

Tan seguro estaba el macaco de que no iba a poder escapar, que los pelos se le pusieron de punta de puro terror. Pese a todo, sacudió ligeramente el cuerpo y al instante se convirtió en una abeja, que se elevó inmediatamente hacia lo alto.

Sin pérdida de tiempo Tathagata arrojó hacia arriba un cuenco de pedir limosnas, que, tras atrapar a la abeja, la depositó con suavidad en el suelo.

Ninguno de los presentes se dio cuenta de ello. Todos pensaron que el macaco había logrado escapar. Dándose cuenta de su tristeza, Tathagata los llamó a su lado y les dijo, sonriendo:

“Dejad de lamentaros. El monstruo no ha conseguido huir. Se encuentra debajo de mi cuenco.”

Buda Tathagata capturó el macaco de seis oídos - Viaje al Oeste
Buda Tathagata capturó el macaco de seis oídos

Todos los presentes rodearon el cuenco y lo levantaron con cuidado. El macaco de seis oídos apareció ante su vista con la forma que le era habitual.

Buda le dijo a Wukong:

“Regresa junto al monje Tang y ayúdale a llegar a este lugar lo más rápidamente posible. Es preciso que no se demore más la obtención de las escrituras.”

El Rey Mono se echó rostro en tierra y, golpeando el suelo con la frente en señal de agradecimiento, dijo a Buda:

“Hay una cosa que debéis saber: el maestro se niega a aceptarme en su compañía.”

Le aconsejó Tathagata:

“¡Deja de decir tonterías, por favor! Si pido a Guanyin que se encargue de llevarte junto al maestro, ten la seguridad de que esta vez no te apartará de su lado.”

Al oír esas palabras, Guanyin juntó las palmas de las manos y, de esa forma, agradeció a Tathagata la gracia que le había concedido. Acompañada por Wukong, montó en una nube y abandonó la Montaña del Espíritu.

No tardaron en llegar a la cabaña en la que se encontraba descansando el monje Tang. Al verlos, el Bonzo Sha se lanzó al interior de la choza y pidió, muy excitado, al maestro que saliera a darles la bienvenida.

La Bodhisattva explicó con su dulzura habitual:

“El que te golpeó el otro día no fue Wukong, sino un macaco de seis oídos que se hizo pasar por él. Afortunadamente Tathagata ha podido desenmascararle. Es preciso que le readmitas de nuevo en tu compañía, pues son aún muchos los obstáculos a los que has de hacer frente antes de llegar al final de tu viaje. Sin él jamás lograrás alcanzar la Montaña del Espíritu.”

“Está bien. Haré lo que me pedís.” contestó Tripitaka, golpeando el suelo con la frente.

Todos los peregrinos se echaron rostro en tierra y agradecieron a la Bodhisattva cuanto había hecho por ellos. Guanyin se dirigió, entonces, a los Mares del Sur. Los monjes se despedían de la familia que con tanto cariño los había acogido en su cabaña. No quedaba ni rastro de su antigua animadversión cuando reanudaron, por fin, el camino que conducía hacia el Oeste.