Un Wukong llamó al Bonzo Sha para que le ayudara, y el otro Wukong dijo lo mismo.
Le resultaba difícil a Bonzo Sha distinguir entre lo verdadero y lo falso, así que dijo:
“Deteneos un momento y vayamos juntos a la Montaña Potalaka, en los Mares del Sur, a ver si la Bodhisattva es capaz de distinguir al auténtico del falso.”
No dejaron de luchar, mientras viajaban a toda velocidad hacia los Mares del Sur. No tardaron en avistar la Montaña Potalaka.
Los discípulos y la Bodhisattva los estuviere mirando durante mucho tiempo, pero nadie parecía capaz de decir quién era quién.
Ordenó la Bodhisattva:
“Dejad de luchar, de una vez, y poneos uno en frente del otro. Es preciso que os mire con más detenimiento.”
Así lo hicieron ellos, pero empezaron a protestar casi al mismo tiempo.
“¡Yo soy el auténtico!” afirmó el de una parte.
“¡El falso es él!” repitió el de la otra.
La Bodhisattva pidió a Moksa y al Muchacho de la Riqueza de la Bondad que se acercaran y les susurró al oído:
“Agarrad uno a cada uno, mientras yo recito el conjuro que me enseñó Tathagata. El que se queje del dolor será el auténtico.”
Los discípulos agarraron por detrás a los dos Reyes de Monos y la Bodhisattva empezó a recitar las palabras mágicas, pero para sorpresa de todos ambos se llevaron al mismo tiempo las manos a la cabeza y, dejándose caer al suelo, suplicaron con voz lastimera:
“¡Dejad de decir esas palabras, por lo que más queráis!”
Sin saber qué partido tomar, la Bodhisattva dijo:
“Cuando fuiste nombrado caballerizo de los establos celestes y sumiste los Cielos en un terrible desorden los guerreros celestiales no tuvieron ninguna dificultad en reconocerte. Opino, por tanto, que lo mejor que puedes hacer es dirigirte a las Regiones Superiores y pedir a sus moradores que identifiquen al impostor.”
Sin dejar de intercambiar golpes ni de lanzar denuestos e insultos, los dos Rey Monos se dirigieron hacia la Puerta Sur de los Cielos.
Los dioses se los quedaron mirando durante mucho tiempo, pero no supieron decir que era exactamente lo que los distinguía.
Los dos Wukongs gritaron a la vez:
“¡Está claro que no podéis diferenciar al uno del otro! Haceos a un lado y dejadnos ir a ver al Emperador de Jade.”
Sin perder la compostura, el Emperador de Jade hizo venir al Devaraja Li y le ordenó:
“Traed inmediatamente el espejo de reflejar monstruos y obligar a estos dos a mirarse en él. De esa forma, podrá distinguirse al impostor del auténtico y el culpable sufrirá el castigo del que se ha hecho merecedor.”
Devaraja Li hizo al punto lo que acababa de ordenársele y el Emperador de Jade y los otros dioses se lanzaron, curiosos, sobre el espejo. Para su sorpresa, vieron que reflejaba dos imágenes exactas de Sun Wukong. No existía la menor diferencia entre ellos.
Entonces el Emperador de Jade dijo:
“Será mejor que vayas al Salón de la Oscuridad para encontrar a los Reyes de las Tinieblas, tal vez puedan descubrir la identidad del falso wukong.”
Los dos Wukongs llegaron, sin dejar de luchar ni un solo segundo, a la Montaña de la Sombra Perpetua. Los espíritus que montaban la guardia comenzaron a temblar de espanto, al verlos guerrear con tanta fiereza. Algunos trataron de esconderse, mientras otros se colaron por el estrecho pasadizo que conducía a los infiernos y fueron a informar de cuanto ocurría a sus señores en la Salón de la Oscuridad.
“Ahí fuera en las estribaciones de la Montaña de la Sombra Perpetua, hay dos Grandes Sabios, Sosias del Cielo, peleando entre sí, como si se hubieran vuelto locos.”
Pronto llegaron los Diez Reyes Salón de la Oscuridad, y enviaron
a diablillos a informar al Rey Ksitigarbha.
Indignados, los Reyes de las Tinieblas se llegaron hasta ellos y los instaron a poner fin a la lucha, diciendo:
“¿Podéis explicarnos por qué habéis venido a sumir nuestro reino en semejante confusión?”
Así que los dos Reyes Monos explicaron su petición.
Los Reyes de las Tinieblas hicieron venir al juez encargado del Registro de la Vida y la Muerte, pero, tras examinar detenidamente el libro, no hallaron a nadie con el nombre de Wukong impostor.
“Nos tememos, Grandes Sabios que en estas regiones de sombras no hay forma de dar con el nombre del impostor. Si deseáis averiguarlo, tendréis que ir al mundo de la Luz.”
“¡Esperad un momento!” dijo el Bodhisattva Ksitigarbha.
“Antes de que os vayáis, desearía consultar vuestro caso con el Oído Investigador.”
El tal Oído Investigador era una bestia que se pasaba el día tumbada a los pies de Ksitigarbha.
Accediendo a los deseos de Ksitigarbha, la bestia se despatarró en el suelo en la Salón de la Oscuridad. Pronto alzando la cabeza, dijo a su señor:
“Acabo de descubrir cómo se llama ese monstruo, pero no puedo decíroslo delante de él ni prestaros ninguna ayuda a la hora de intentar capturarle.”
Ksitigarbha preguntó:
“¿Qué pasaría, si desvelaras su nombre estando él presente?”
Respondió el Oído Investigador:
“Si lo hiciera, ese monstruo sumiría en la confusión este recinto sagrado y acabaría con la tranquilidad que reina en este Mundo de Sombras.”
“¿Quieres decirme por qué no puedes prestarme ninguna ayuda a la hora de intentar capturarle?” volvió a preguntar Ksitigarbha.
El Oído Investigador explicó:
“Los poderes mágicos de ese monstruo no se diferencian en nada de los del Gran Sabio. Los dioses del infierno no pueden absolutamente nada contra él. De ahí que sea tan difícil echarle mano.”
“¿Qué podemos hacer, entonces, para acabar con él?” insistió Ksitigarbha, preocupado.
“Únicamente el poder de Buda carece de límites” sentenció el Oído Investigador.
Ksitigarbha se acercó, entonces, a los Wukongs y les dijo:
“Sois tan iguales y poseéis unos poderes tan idénticos, que parecéis, en realidad, la misma persona. Si deseáis averiguar qué es lo que os distingue, deberéis ir al Monasterio del Trueno, donde Sakyamuni ha establecido su morada.”
Contestaron los Reyes Monos a coro:
“Tenéis razón. Nos llegaremos hasta ese santo lugar y pediremos al Patriarca del Paraíso Occidental que resuelva, de una vez por todas, este enigma.”
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