Sun Wukong se elevó hacia lo alto con el corazón abatido y el espíritu sumido en la tristeza.
Pensó dirigirse a la Caverna de la Cortina de Agua de la Montaña de las Flores y Frutos, pero temió que los monos pudieran burlarse de él. Los héroes auténticos jamás faltaban a su palabra. Decidió después buscar refugio en el Palacio Celeste, pero comprendió que no le permitirían quedarse allí mucho tiempo. Cayó en la cuenta de que no tenía lugar al que ir.
Fue entonces cuando se dijo, resentido:
“¡Qué desagradecido es ese monje! Iré a la Montana Potalaka y le contrat todo a la Bodhisattva Guanyin.”
Dio un giro a su vuelo y en menos de media hora llegó al Gran Océano Austral. Se posó en la Montaña Potalaka y corrió hacia la gruta de bambú morado.
Wukong se dejó caer de hinojos ante la Bodhisattva. Las lágrimas acudieron prestas a sus ojos.
Después de pedir a Moksa que le ayudara a levantarse del suelo, la Bodhisattvala Guanyin preguntó:
“¿Quieres decirme qué es lo que te causa tanta pena, Wukong?”
Incapaz de contener las lágrimas, el Rey Mono volvió a inclinarse con respeto y dijo:
“Hasta ahora jamás he permitido que nadie se burlara de mí. Cuanto he hecho ha sido siempre por decisión propia. Fue así como, tras ser liberado por vos del justo castigo que el Cielo envió sobre mi cabeza, me comprometí a acompañar al monje Tang en su viaje hacia Paraíso Occidental en busca de las escrituras sagradas. Por lograr tan alto fin, arriesgué varias veces la vida. Únicamente me guiaba el deseo de ver condonada la pena que me fue impuesta por mis propios errores y lograr el verdadero fruto a través de la cultivación. ¿Cómo el maestro iba a lanzarme a la cara las monedas de la ingratitud? Su ceguera ha llegado a tal punto, que se muestra incapaz de distinguir entre el bien y el mal.”
Pidió la Bodhisattva:
“Explícame qué quieres decir con eso del bien y el mal.”
Sun Wukong entonces expuso los detalles de lo sucedido.
La Bodhisattva contestó:
“Cuando Tripitaka Tang recibió el encargo de dirigirse hacia el Oeste, se comprometió a seguir en todo momento el camino de la perfección. ¿Cómo iba a aceptar de buen grado esas muertes de las que me has hablado? Le estaba expresamente prohibido valerse de tus extraordinarios poderes mágicos para librarse de esos bandidos. Por supuesto que se trataba de una banda de desalmados, pero, mirándolo bien, no eran más que simples seres humanos y no merecían un castigo semejante. No tenían absolutamente nada que ver con esos monstruos, diablos y demonios a los que fuiste dando muerte a lo largo del viaje. Mientras que eso te supuso un mérito incalculable, acabar con los bandidos fue un acto ciertamente reprobable. Debías haberte limitado a asustarlos y, así, salvar la vida del maestro. Opino, por tanto, que tu conducta no fue todo lo virtuosa que hubiera sido de desear.”
Echándose rostro en tierra con los ojos anegados totalmente en lágrimas, el Rey Mono dijo:
“Reconozco que no obré bien. Pero el delito debía conmutarse, considerando mis méritos. No es justo despedirme de la forma como el maestro lo ha hecho.”
“Si esperas un momento, te leeré el futuro.” replicó la Bodhisattva.
Bodhisattva y se sentó, solemne, en el estrado de loto. Su mente recorrió los Tres Mundos y la sabiduría de su visión atisbó hasta el último rincón del universo, antes de abrir los ojos y de decir con la serenidad que la caracterizaba:
“Tu maestro va a tener que pasar muy pronto por una prueba muy dura, Wukong. Buscará, desesperado, tu ayuda y yo le diré, entonces, que no tengo ningún reparo en readmitirte en su compañía.”
Tras la desaparición del Wukong, monje Tang siguió adelante con su viaje, acompañado de Bajie, que llevaba el caballo de las riendas, y del Bonzo Sha, que portaba con el equipaje. Apenas habían recorrido cincuenta kilómetros, cuando Tripitaka detuvo el caballo y dijo:
“Salimos de la aldea alrededor de la quinta vigilia y desde entonces no hemos parado. Es casi mediodía. Tengo hambre y sed. ¿Quién de vosotros está dispuesto a ir a mendigar algo de comer?”
Bajie dijo:
“Desmontad maestro, mientras yo voy a algún pueblo por aquí cerca en busca de alimento.”
El maestro se sentó a esperarle junto al camino, pero el tiempo pasaba y Bajie no daba señales de volver.
Al ver lo mucho que hacían sufrir al maestro el hambre y la sed y que Bajie no volvía con el agua, el Bonzo Sha ató el caballo y dijo:
“Sentaos aquí un momento. Voy a ver si consigo traeros un poco de agua.”
Las lágrimas acudieron a los ojos del maestro, sólo pudo sacudir ligeramente la cabeza para expresar su conformidad.
Bonzo Sha no esperó más. Montó en una nube y se dirigió a toda prisa hacia el sur de la montaña.
Oyó, de pronto, un ruido a sus espaldas y volvió la cabeza. Junto al camino vio arrodillado al Rey Mono. Tenía en las manos un cuenco de porcelana.
“Ya veis, maestro. Cuando no me tenéis a vuestro lado, no podéis ni llevaros agua a los labios. Bebed de esta que recobraréis las fuerzas en seguida, mientras voy a mendigar algo de comida. “
Exclamó monje Tang:
“¡No beberé de esa agua ni aunque me muera de sed! ¡Márchate y déjame en paz!”
“Sin mí jamás alcanzaréis el Paraíso Occidental” insistió el falso Wukong.
“¿Y eso a ti qué te importa? ¡Eres u mono sin principios, que no tiene ningún derecho a venir a importunarme!” volvió a exclamar Tripitaka.
El Rey Mono perdió la paciencia y gritó, rojo de ira:
“¿Por qué os complacéis tanto en humillarme? ¡Con vuestra conducta estáis demostrando que no sois más que un bonzo sin sentimientos!”
Incapaz de controlar la furia que le embargaba, arrojó al suelo el cuenco de porcelana, cogió la barra de hierro y propinó al maestro un ligero golpe en la espalda, que le hizo perder el conocimiento. Cogió después las dos bolsas y, montando en una nube, se marchó a otra parte.
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