Episodio 90. Monje Tang queda embarazado

Monje Tang montó en el caballo y siguió adelante con su viaje al Oeste acompañado de sus aprendices.

Descansaron junto a los cursos de agua y saciaron su hambre al aire libre. Caminaron sin detenerse durante mucho tiempo y, de nuevo, volvió a hacerse presente la primavera.

Se toparon con un río, no muy ancho, de aguas claras y frías.

El Río de la Madre y el Hijo - Viaje al Oeste
El Río de la Madre y el Hijo – Viaje al Oeste

El monje Tang tiró de las riendas del caballo y vio a lo lejos un grupo de chozas con los tejados de ramas, construidas a la sombra de unos sauces tan verdes que recordaban el jade.

Dijo Wukong, apuntándolas con el dedo:

“Por fuerza tiene que vivir en esas casas alguien que se encargue de pasar a los caminantes a la otra orilla.”

Contestó Tripitaka:

“Es posible, pero, dado que por ninguna se ve balsa alguna, no me atrevo a afirmarlo con toda seguridad.”

Dejando caer al suelo el equipaje que llevaba, Bajie gritó:

“¡Eh, barquero! ¡Acerca aquí tu balsa!”

Aunque no se veía a nadie, Bajie no se arredró y continuó chillando. Al poco tiempo por entre los sauces apareció, en efecto, una balsa, que crujía lastimosamente al ritmo de la batea.

En cuanto hubo llegado a la orilla, la barquera que la bateaba levantó la voz y dijo:

“¡Venid aquí, si queréis cruzar el río!”

Acercándose a ella, el Rey Mono preguntó:

“¿Eres tú la encargada de batear esta balsa?”

“Sí” respondió la mujer.

Volvió a preguntar el Rey Mono:

“¿Cómo es que no hay barqueroes por aquí? ¿Por qué os dedicáis las mujeres a esos menesteres?”

La anciana no contestó. Sólo sonrió y se puso a bajar la plancha. El Bonzo Sha saltó, entonces, a la balsa con la pértiga a la espalda. Lo hicieron después el maestro y el Rey Mono, que hubieron de echarse a un lado para dejar pasar a Bajie con el caballo.

La anciana volvió a levantar la plancha y comenzó a batear con fuerza. En seguida llegaron a la orilla opuesta.

Al ver Tripitaka lo clara que estaba el agua, sintió sed y dijo a Bajie:

“Coge la escudilla de pedir limosnas y tráeme un poco de agua.”

“Yo mismo estaba a punto de echar un trago” contestó Bajie, sacando la escudilla y entregándosela al maestro, tras llenarla hasta arriba de agua.

El maestro apenas bebió la mitad. El cerdo, por su parte, lo apuró del todo y le ayudó a montar, otra vez, en el caballo.

Apenas transcurrido medía hora desde que reanudaron el viaje, cuando el maestro empezó a quejarse.

“Me duele el estómago.”

“A mí también” exclamó Bajie.

Confirmó el Bonzo Sha:

“Debe de ser por el agua que bebisteis.”

No había acabado de decirlo, cuando el maestro volvió a quejarse, diciendo:

“¡No puedo soportar este dolor!”

“¡Yo tampoco! ¡El dolor es, francamente, tremendo!” repitió Bajie, retorciéndose.

El vientre empezó a hinchárseles.

Monje Tang y Bajie quedan embarazados - Viaje al Oeste
Monje Tang y Bajie quedan embarazados

Tripitaka se encontraba muy mal, cuando lograron, por fin, llegar a una aldea que se alzaba más adelante. Wukong dijo, al verla:

“Estamos de suerte, maestro. Preguntaré si hay por aquí cerca alguna farmacia.”

No tardaron en llegar a la aldea. Al desmontar, vio junto a las puertas del lugar a una anciana. Wukong se acercó a ella y, juntando las palmas de las manos a manera de saludo, se inclinó ante ella y dijo:

“Este humilde monje, señora, viene del Gran Reino de los Tang, que se haya situado en las Tierras del Este. Desgraciadamente mis dos compañeros se encuentran enfermo con un terrible dolor de estómago, que les entraron al beber un poco de agua del río.”

“¿Dices que habéis bebido agua del río?” preguntó la anciana, tratando de contener a duras penas la risa.

Contestó Wukong:

“Así es. Hemos tomado un poco de agua del río que corre al este de aquí.”

“¡Jamás había oído nada más divertido! ¡Qué risa! Entrad y os contaré algo.” exclamó la mujer, soltando, finalmente, la carcajada.

La anciana le contó a Wukong el secreto del río Río de la Madre y el Hijo - Viaje al Oeste
La anciana le contó a Wukong el secreto del río Río de la Madre y el Hijo

Explicó la anciana:

“Este es el País de las Mujeres del Liang Occidental. En esta tierra no hay un solo varón; todas somos hembras. El agua que ha tomado vuestro maestro pertenece al Río de la Madre y el Hijo. En las afueras de nuestra capital existe una casa de correos, que está situada exactamente junto al Arroyo de los Embarazos. Hasta que no cumplimos los veinte años ninguna de nosotras se atreve a tomar agua de este río, porque quedaría embarazada tan pronto como tragara un sorbo. Caso de hacerlo, debería ir a los tres días a la casa de correos a mirarse en el arroyo que corre por allí. Si su figura aparece reflejada en el agua dos veces, tendrá por seguro que dará a la luz a un hijo. Con ello quiero deciros, en definitiva, que, si, como afirmáis, vuestro maestro ha probado del agua del Río de la Madre y el Hijo ha quedado embarazado y, con el tiempo, dará a luz a un niño.”

Preguntó Tripitaka a la mujer, sin parar de gemir:

“¿No hay por aquí cerca ningún médico? Dales la dirección a mis discípulos y que vayan a buscarle en seguida. A lo mejor dispone de algún remedio para hacer abortar.”

Contestó la anciana:

“Las medicinas no valen para nada. De todas formas, al sur de aquí se encuentra la Montaña de la Supresión de los Machos, en la que se abre la caverna. Dentro de ella corre, precisamente, el Arroyo de los Abortos. Para acabar con un embarazo, sólo es necesario tomar un sorbo de sus aguas. El problema es que actualmente no es nada fácil llegar hasta ellas. El año pasado apareció un taoísta llamado el Auténtico Inmortal Complaciente y declaró que el agua del Arroyo de los Abortos era exclusivamente suya y desde entonces se ha negado a distribuir sin pagar nada. El que quiera un poco tiene que darle, a cambio, fuertes sumas de dinero, junto con una gran cantidad de carne, vino y toda clase de frutas. Sólo entonces se aviene a entregar una ridícula cantidad de esa agua. Según veo, todos vosotros vivís de la limosna. ¿De dónde vais a sacar tanto dinero como exige ese inmortal? Lo mejor que podéis hacer es quedaros aquí y esperar a que deis a luz.”

Aliviado, al oírlo, preguntó el Rey Mono:

“Señora, ¿a qué distancia se encuentra de aquí la Montaña de la Supresión de los Machos?”

“A treinta millas aproximadamente” respondió la anciana.

“¡Estupendo!” exclamó Sun Wukong.

“No os preocupéis más, maestro. Ahora mismo voy a ir a por un poco de esa agua.”