Recorrieron cerca de setenta kilómetros de penosísimo camino, sin embargo, no encontraron el menor rastro.
El Rey Mono recitó un conjuro, sopló una suave brisa, y entonces apareció el espíritu de la tierra local.
Wukong dijo:
“Nuestro maestro fue secuestrado por un demonio. Creemos que el demonio vive aquí, pero no sabemos dónde.”
El espíritu respondió:
“Dios mío. Vuestro maestro probablemente fue secuestrado por Chico Rojo, un demonio muy desagradable. Por esta montaña discurre un arroyuelo, conocido como el Arroyo del Pino Seco, a cuyas orillas se abre una cueva, que lleva el nombre de Caverna de la Nube de Fuego. En ella habita un monstruo que posee extraordinarios poderes mágicos.”
Preguntó el Rey Mono:
“¿Sabes su nombre y su lugar de origen?”
Respondió el espíritu local:
“Es hijo del Monstruo Toro, de cuya crianza se encargó el mismísimo Raksasi. Durante más de trescientos años se entregó a la práctica de la virtud en la Montaña del Fuego Imperecedero, donde alcanzó la perfección del fuego de Samadhi y los extraordinarios poderes que ahora posee. El Toro Monstruo le aconsejó entonces afincarse en esta montaña y hacer de ella su feudo. Así, el que de niño fue conocido como el Muchacho Rojo ahora ostenta el pomposo título de Gran Rey del Santo Niño.”
Agradecido por tan valiosa información, Wukong despidió al dios de la montaña y les dijo al Bajie y Bonzo Sha:
“Podemos respirar tranquilos. Ese monstruo es amigo mío y estoy seguro de que no hará el menor daño a nuestro maestro.”
Exclamó Bajie, soltando la carcajada:
“¡Vamos, no digas tonterías! Tú te criaste en el continente de Purvavideha y este lugar forma parte del de Aparagodaniya. Entre ambos existen dos océanos e incontables ríos y cordilleras. ¿Cómo va a ser amigo tuyo?”
Wukong explicó:
“Recuerdo que cuando, hace aproximadamente quinientos años, sumí el Cielo en una confusión total, me dediqué a recorrer los montes más renombrados del mundo en busca de los mayores héroes de la Tierra. Con ellos, entre los que, por cierto, se encontraba el Monstruo Toro, constituí una hermandad de siete miembros.”
Exclamó Bonzo Sha, soltando la carcajada
“¡Cuidado que eres ingenuo! Dice el proverbio: Con tres años que falte uno de casa hasta los hermanos terminan olvidándole. Eso sin contar con que llevas sin verle, no digo ya tres, sino seiscientos años, y que en todo ese tiempo no habéis bebido juntos, ni nunca se visitan ni intercambian regalos en las fiestas.”
Le reprendió el Rey Mono:
“Haces mal en catalogar a la gente de esa manera. No en balde otro proverbio afirma que: de la misma forma que una hoja de loto puede recorrer la inmensidad del océano, los seres humanos pueden encontrarse más de diez mil veces a lo largo de sus vidas. Además, aunque no me reconozca como amigo de su padre, estoy seguro de que no se atreverá a hacer el menor daño a nuestro maestro. Vamos, que banquetes no nos va a ofrecer ninguno, pero que va a devolvernos sano y salvo al monje Tang.”
Sin dejar de caminar día y noche, y tras recorrer no menos de cien kilómetros, llegaron a un impresionante bosque de pinos. En él fluía un arroyuelo de aguas verdosas. Se veía un puente de piedra que conducía a la entrada de una caverna.
Pudieron ver en el dintel de la caverna una enorme losa de piedra, en la que podía leerse: Caverna de la Nube de Fuego. Arroyo del Pino Seco.
Había un grupo de diablillos jugueteando con espadas y lanzas. El Rey Mono levantó la voz y dijo:
“¡En, vosotros! Id inmediatamente a informar a vuestro señor que, si no accede inmediatamente a dejar en libertad al monje Tang, acabaré con todos vosotros y arrasaré hasta sus cimientos la caverna en la que ahora habitáis.”
Los diablillos se refugiaron al instante en el interior de la caverna, cerraron de golpe los dos portones de piedra y corrieron a comunicárselo a su señor, muy excitados:
“¡La ruina, gran rey! ¡La desgracia se ha abatido sobre nosotros!”
Les preguntó el monstruo:
“¿Queréis decirnos de qué desgracia se trata?”
Explicó uno de ellos:
“Ahí fuera hay un monje con la cara cubierta totalmente de pelo y con una boca como un mono. Le acompaña otro, que tiene unas orejas muy grandes y un morro muy protuberante. Ambos exigen que les entreguemos a su maestro, un tal monje Tang. Dicen que, si no lo hacemos de inmediato, van a terminar con todos nosotros y a destruir hasta sus cimientos esta caverna.”
Comentó el monstruo, sonriendo despectivo:
“Seguro que esos que decís son el Sun Wukong y Zhu Bajie. No me explico cómo se las han arreglado para llegar hasta aquí tan pronto.”
Se volvió a continuación hacia los suyos y les ordenó:
“¡Sacad las carretas!”
Sin pérdida de tiempo unos cuantos diablillos abrieron una puerta y sacaron cinco carretas pequeño.
Dijo un diablillo:
“Gran Rey, todo está listo.”
Concluyó el monstruo:
“En ese caso, traedme la lanza.”
Los diablillos encargados de la armería trajeron al punto una lanza enorme con la cabeza de fuego, que entregaron a su señor.
“¿Se puede saber quién ha osado venir a perturbar la paz de mi morada?” preguntó con voz potente, en cuanto se hubo encontrado en el exterior de la caverna.
“¡Mi querido sobrino!” exclamó el Peregrino, acercándose a él con la sonrisa en los labios.
“Deja de comportarte de esa forma, por favor. Libera a mi maestro lo antes posible. No querrás entorpecer nuestras relaciones de parentesco, ¿verdad? Si tu padre llega a enterarse de lo ocurrido, es muy posible que me eche las culpas de todo, alegando que he abusado de un muchacho de tu edad, cuando, en realidad, ha sido todo lo contrario.”
Replicó el monstruo, enfurecido:
“¡Maldito mono! ¿Quieres explicarme qué relaciones de parentesco me atan a ti? Sobre todo, ¿por qué me llamas sobrino?”
Respondió el Rey Mono:
“Yo soy Sun Wukong. Hace aproximadamente quinientos años, junto con otros cinco héroes constituimos una hermandad, cuya primacía ostentó precisamente tu padre, el Monstruo Toro. Me correspondió el séptimo y último lugar, ya que era el más pequeño de todos. En aquella época, por cierto, tú ni siquiera habías nacido.”
El Monstruo se negó a creer semejante historia y lanzó contra el Rey Mono un terrible lanzazo de fuego.
Más de veinte veces cruzaron sus armas el monstruo y el Rey Mono, pero el resultado de la batalla permanecía tan incierto como al comienzo de la misma.
Ha perdido su paciencia, Bajie levantó el tridente y lo dejó caer con fuerza sobre la cabeza del monstruo. Comprendiendo que lo tenía todo perdido, la bestia se dio media vuelta y escapó a toda prisa.
“¡Persíguelo! ¡No le dejes escapar!” urgió el Rey Mono al cerdo.
Los dos corrieron tras él, pero, al llegar a la puerta de la caverna, le vieron de pie sobre una de las carretas, la que estaba justamente colocada en el centro. Con una mano sostenía la lanza de fuego, el monstruo se dio dos veces con las narices con la otra. Y después, recitó un conjuro e inmediatamente brotó de su boca una oleada de fuego y de sus narices una densa columna de humo.
Lo más sobrecogedor, no obstante, fue que de las otras cuatro carretas manó, igualmente, un torrente de fuego, que se elevó hacia lo alto, borrando de la vista todo el paisaje. Muerto de miedo, Bajie gritó al Rey Mono:
“¡Esto se está poniendo realmente feo! Si se vuelve contra nosotros esa enorme masa de fuego, no podremos hacer nada por escapar. ¡Hay que huir cuanto antes, si queremos salvar el pellejo!”
No había acabado de decirlo, corrió al otro lado del arroyo.
El humo y las llamas alcanzaron tal intensidad que Wukong no podía ver con claridad el camino que conducía a la caverna, cuánto menos dar con el monstruo. Se dio, pues, media vuelta y abandonó de un salto aquel mar de fuego.
Desalentado, el Rey Mono montó en una nube, volvió a cruzar el Arroyo del Pino Seco y se dirigió al Bajie y Bonzo Sha.
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